jueves, 19 de abril de 2012

Buscando un corazón

El leñador de hojalata
El leñador de hojalata

-¿Gemiste tú? -preguntó la niña.
-Sí -repuso el hombre de hojalata-. He estado gimiendo por más de un año, y hasta ahora no me había oído nadie.
-¿Qué puedo hacer por tí? -murmuró Dorothy, muy conmovida ante el tono dolorido con que hablaba el hombre.
-Ve a buscar una lata de aceite y lubrícame las coyunturas -pidió él-. Están tan oxidadas que no puedo moverlas. Si me las aceitan, en seguida mejorará. Hallarás la aceitera en un estante de mi casita.
Dorothy corrió en seguida hacia la casita donde había pasado la noche, halló la lata de aceite y volvió con ella a toda prisa.
-¿Dónde tienes las coyunturas? -preguntó.
-Acéitame primero el cuello -respondió el Leñador de Hojalata.
Así lo hizo la niña, y como estaba muy oxidado, el Espantapájaros asió la cabeza de hojalata y la movió de un lado a otro hasta que la hubo aflojado y su dueño pudo hacerla girar.
-Ahora acéitame las articulaciones de los brazos- pidió el Leñador.
Así lo hizo Dorothy, y el Espantapájaros los dobló con gran cuidado hasta que quedaron libres de herrumbre y tan buenos como nuevos.
El Leñador lanzó un suspiro de satisfacción mientras bajaba su hacha y la apoyaba contra el árbol.
-¡Qué bien me siento! -dijo-. He estado sosteniendo el hacha desde que me oxidé y en verdad que me alegro de poder dejarla. Ahora, si me aceitan las articulaciones de las piernas, estaré completamente bien.
Le aceitaron las piernas hasta que pudo moverlas con entera libertad sin dejar de darles las gracias una y otra vez por su liberación, pues parecía ser un personaje muy cortés y agradecido.
-Me hubiera quedado allí para siempre si no hubiesen venido ustedes -expresó-, así que en realidad me han salvado la vida. ¿Cómo es que pasaron por aquí?
-Vamos de camino hacia la Ciudad Esmeralda para ver al Gran Oz-contestó la niña-, y nos detuvimos en tu casita a pasar la noche.
-¿Para qué quieren ver a Oz?
-Yo deseo que me envíe de regreso a Kansas, y el Espantapájaros va a pedirle que le dé un cerebro.
El Leñador pareció meditar un momento. Luego dijo: -¿Te parece que Oz podría darme un corazón?
-Supongo que sí -contestó Dorothy-. Sería tan fácil como darle un cerebro al Espantapájaros.
-Es cierto -concordó el Leñador de Hojalata-. Entonces, si me permiten unirme a ustedes, yo también iré a la Ciudad Esmeralda para pedir a Oz que me ayude.
-Acompáñanos -le invitó cordialmente el Espantapájaros, y Dorothy agregó que le encantaría tenerlo por compañero.
Así, pues, el Leñador se echó al hombro su hacha y los tres marcharon por el bosque hasta llegar al camino pavimentado con ladrillos amarillos.
El Leñador había pedido a Dorothy que llevara la aceitera en su cesta.
-Porque la voy a necesitar mucho si me sorprende la lluvia y vuelvo a oxidarme -explicó.
Fue una suerte que se les hubiera unido el Leñador, ya que poco después de reanudar el viaje llegaron a un sitio donde los árboles y las ramas crecían con tal profusión sobre el camino que los viajeros no pudieron pasar. Pero el Leñador se puso a trabajar con su hacha de manera tan empeñosa que muy pronto abrió un paso para todos ellos.
Dorothy iba tan distraída mientras marchaban que no se dio cuenta cuando el Espantapájaros tropezó con un hoyo y cayó rodando a un costado del camino mientras gritaba pidiendo que lo ayudaran.
-¿Por qué no esquivaste el hoyo? -le preguntó el Leñador. -Me falta inteligencia -fue la alegre respuesta-. Tengo la cabeza llena de paja, ¿sabes?, y es por eso que voy a ver a Oz para que me dé un cerebro.
-¡Ah!, ya entiendo. Pero, al fin y al cabo, un cerebro no es lo mejor que hay en el mundo.
-¿Tú lo tienes?
-No, mi cabeza está enteramente vacía -contestó el Leñador-. Pero en un tiempo tuve cerebro, y también corazón, y, como he tenido ambos, prefiero el corazón.
-¿Y eso por qué? -quiso saber el Espantapájaros.
-Te contaré mi historia y entonces lo sabrás.
.....
Tanto Dorothy como el Espantapájaros habían escuchado con gran interés el relato del Leñador, y ahora comprendían por qué estaba tan deseoso de obtener un nuevo corazón.
-Sin embargo -dijo el Espantapájaros-, yo pediré un cerebro en vez de un corazón, pues un tonto sin sesos no sabría qué hacer con su corazón si lo tuviera.
-Yo prefiero el corazón -replicó el Leñador-, porque el cerebro no lo hace a uno feliz, y la felicidad es lo mejor que hay en el mundo.
Dorothy guardó silencio; ignoraba cuál de sus dos amigos tenía la razón, y se dijo que si sólo podía regresar al lado de su tía Em, poco importaría que el Leñador no tuviera cerebro y el Espantapájaros careciera de corazón, o que cada uno obtuviera lo que deseaba.


 «El Mago de Oz». L. Frank Baum.

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