sábado, 1 de septiembre de 2012

La maligna Bruja de Occidente



Amigurumi Maligna Bruja de Occidente del Mago de Oz
Maligna Bruja de Occidente

 Ahora bien, la Bruja Maligna anhelaba profundamente ser la dueña de los zapatos rojos que calzaba siempre la niña. Sus abejas, sus cuervos y sus lobos yacían muertos, y ya había agotado todo el poder del Gorro de Oro. Si podía apoderarse de los zapatos rojos éstos le darían más poder que todo lo otro que había perdido. En todo momento vigilaba atentamente a Dorothy para ver si alguna vez se quitaba los zapatos y robárselos entonces. Mas la niña estaba tan orgullosa de su bonito calzado que se lo quitaba sólo de noche y cuando iba a tomar su baño. La Bruja le tenía demasiado miedo a la oscuridad para atreverse a entrar de noche en el cuarto de Dorothy a robar los zapatos, y su temor al agua era mayor que su miedo a la oscuridad, de modo que jamás se acercaba cuando la niña se estaba bañando. La verdad es que la vieja Bruja nunca tocaba el agua ni dejaba que el agua la tocara a ella.

Pero la malvada mujer era muy astuta, y al fin ideó una treta para obtener lo que ansiaba. Colocó un trozo de hierro en medio del piso de la cocina y luego, por medio de sus artes mágicas, hizo el hierro invisible para los ojos humanos. Y ocurrió que cuando Dorothy cruzó la cocina, tropezó con el hierro invisible y cayó de bruces. No se hizo mucho daño, pero en la caída se le salió uno de los zapatos, y antes de que pudiera recuperarlo, la Bruja logró tomarlo y ponerlo en su huesudo pie.

La mujer sintióse muy complacida por el éxito de su treta, pues mientras tuviera uno de los zapatos era dueña de la mitad de su poder y Dorothy nada podría hacer contra ella, aunque hubiera sabido cómo dañarla.

Al ver que había perdido uno de sus bonitos zapatos, la niña se encolerizó mucho y dijo a la Bruja: -¡Devuélveme mi zapato!
Detalle de la cabeza Amigurumi Maligna Bruja de Occidente
Detalle de la cabeza Amigurumi Maligna Bruja de Occidente

 -Nada de eso -fue la respuesta-. Ahora es mío y no tuyo.

-¡Eres una malvada! -exclamó Dorothy-. No tienes derecho a robarme el zapato.

-Lo retendré de todas maneras -repuso la Bruja, riéndose de ella-. Y algún día te quitaré también el otro.

Esto enfadó tanto a Dorothy que, tomando el cubo lleno de agua que tenía cerca, arrojó su contenido sobre la Bruja, mojándola de pies a cabeza.

Al instante lanzó la mujer un agudo grito de terror, y luego, mientras Dorothy la miraba asombrada, empezó a encogerse.

-¡Mira lo que has hecho! -Chillaba-. En un momento me derretiré toda.

-Lo lamento de veras -murmuró Dorothy, muy asustada al ver que la Bruja se estaba derritiendo realmente ante sus ojos.

-¿No sabías que el agua sería mi fin? -preguntó la Bruja en tono lastimero.

-Claro que no. ¿Cómo podía saberlo?

-Bueno, en pocos minutos dejaré de existir y tú tendrás el castillo para ti. He sido muy mala, pero jamás creí que una niñita como tú sería capaz de derretirme y terminar con mis maldades. Ten cuidado... ¡aquí me voy!

Zapatos rojos de Dorothy
Dorothy mira sus zapatos
Así diciendo, cayó formando un montón de cenizas oscuras que poco a poco empezó a extenderse sobre las tablas del piso. Al ver que realmente no quedaba nada de ella, Dorothy llenó otro cubo de agua y lo arrojó sobre las cenizas, las que barrió luego hacia afuera. Hecho esto, recogió el zapato rojo, que era todo lo que quedaba de la vieja, lo limpió y secó bien y volvió a ponérselo. Después, al comprender que estaba en libertad de hacer lo que deseara, salió corriendo al patio para contar al León que la Maligna Bruja de Occidente había llegado a su fin y que ya no eran prisioneros en una tierra extraña.
 
 «El Mago de Oz». L. Frank Baum.

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